Para algunas personas la muerte es una salida, mejor dicho un escape, y sin embargo para otros la muerte es siempre tan distante como el horizonte infinito. Cierto es, que todo lo nacido habrá de morir y cada uno de nosotros se encontrará con la eternidad, y en aquel instante profundo la vida dejará de ser material y se realizará como eternamente espiritual.Pero, ¿Cuál ha de ser la actitud correcta? La de correr al encuentro con el insondable misterio o la actitud de dejar que inexorablemente todo llegue en su momento.
Y miremos cada uno de los casos:
El suicida es aquel que lejos de abrazar la existencia con la esperanza y la ilusión, la convierte en la urgente y única necesidad de huir de sí mismo. Atormentada la conciencia y perturbado el corazón, la muerte pareciera ser la única respuesta ante una duda primordial, ante una lucha titánica y un desgarramiento fatal entre el existir propio del ser y el terminar con todo y dejar de ser.
El suicida llora desde antes de su partida del mundo de los vivos. Sufre la depresión de su propio abandono, y desgarra y arranca de si mismo toda pasión por el amor, el cuidado y ternura a la vida. El suicida en si mismo es la profecía de la lágrima que él mismo no podrá llorar, pero que en silencio se queja y grita , no con voz ni palabra sino con el resquebrajamiento de todos los valores e ideales de amor a la vida y el amor al propio pensamiento.
EL Suicida ya ha muerto porque él mismo ya no cree en el Amor ni el perdón, ni en el consuelo, ni en el ayer, ni en el hoy, ni en el mañana. El suicida ha hecho de la vida su enemigo y de aquel tiempo, tiempo final. El eterno testigo de un fin del amor natural, y se encuentra absorto y poseído por la más cruel y vil oscuridad. Si bien, ha dejado de quererse, muy mal ha dejado de querer a los demás . Ya no le importa nada y niega los principios fundamentales que le dieron la luz de la vida, el ritmo del corazón y la fuerza del pensamiento.
El suicida ha negado su propia voluntad y se ha hecho a si mismo como un cristal roto y parece decirle a todos que ha tenido que llamar al ángel de la muerte porque la vida lejos de ser aventura , placer, ternura, se ha convertido tan solo en amargura. El suicida es tan solo un niño frente a la oscuridad con la cual no quiere comprender, y en lugar de buscar apoyo y aventura , prefiere pasarse al vacío que hacer el esfuerzo y buscar aunque sea en la propia oscuridad , una luz que anuncie un nuevo día.
Más sin embargo, para aquel que encuentra la muerte al final de un largo camino, no hay violencia en aquel destino sino la paz y la contemplación de un espíritu que forjado y maduro que mira el nacimiento de un sol infinito y espiritual que lo abraza sin apuros y que le promete humildemente comprensión por haber llegado al final del camino, habiendo cumplido su destino y habiéndose realizado la obra y completándose la totalidad del proyecto. Aquel hombre edificó su vida como un templo y dejando así una huella para otro, de plenitud, alegría, respeto y dignidad. Pues soportó los embates del destino, y habiendo en ocasiones piedras en el camino y grandes necesidades , pudo poner delante de éstas , coraje, valor, entereza, perseverancia e incondicional amor. Aquí la muerte llegará no como un ladrón y como un enemigo, sino como una luz más pero más perfecta , en virtud del nacimiento del nuevo camino , el cual es un claro destino del llamado del Amor de Dios al hombre. En este último caso, el hombre no se pierde en un vacío sino más bien vive siendo uno con la gracia de la eternidad.
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Pintura y Escrito:
Oscar Basurto Carbonell
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